domingo, 17 de agosto de 2008

Pollos

Decidí dejar de comer pollo. Decidí dejar de comerlo luego de ver un programa en la televisión donde mostraban cómo un señor en su granja de Nueva Orleans mataba sus pollos para después desplumarlos y comerciarlizarlos.
Al pollo lo metía en una especia de embudo de lata. Con las patas para arriba y la cabeza que le asomaba por abajo. Entones, rápidamente, para que no sufriera, le doblaba el pescuezo. Supuestamente, el plumifero moría instantaneamente. Pero yo vi cómo movia sus paptas. Y las movía. Y las movía. Como un plummifero desesperado. Agonizante. Fue tan fuerte que tuve que mirar para otro lado y entonces, decidí dejar de comer pollo.
No es que yo coma tanto. En mi casa jamás hago pollo y sólo lo como a veces cuando está metido en una empanada o en algún plato muy aliñado donde no se perciba su sabor a pescado.
Ayer salimos a almorzar con F. Y pedí una ensalada oriental en uno de estos típicos restoranes de comida gringa que son mi debilidad. Sin pollo, le dije a la mesera. Sin pollo, le repetí.
Al poco rato, llega mi ensalada decorada con grandes pedazos de pollo frito. Bien frito y crujiente. Entonces me echo un pedazo a la boca. Mmmmm, está rico el pollito, le digo a F. Después me echo el otro. Y así. En cuestión de minutos me lo devoré. Y la ensalada, intacta.
Qué poca fuerza de voluntad tengo. Pobres pollos.

domingo, 10 de agosto de 2008

Fin de semana

Felipe está experto en poner inyecciones y yo estoy experta en hacer pescado frito. Ha sido una evolución lenta, pero exitosa. Me queda realmente bueno. Y lindo. El pescado queda de un color cafecito y crocante. No se deshace y de un sabor notable.
Miramos las olimpiadas. Comemos pescado frito. Miramos más olimpiadas. Y me dan ganas de ir a China. A HK. Donde fui cuando era chica, en el mismo viaje que hice a Japón. Pero no me acuerdo de mucho. Lamentable gasto económico. Algo me debe de haber quedado. Mi gusto tremendo por la cultura oriental tal vez.
En Santiago ha hecho frío este fin de semana. Ya quiero que se acabe el invierno. No como los chinos que se están muriendo de calor. Pero ya vendrá el invierno. Y se morirán de frío, mientras nosotros estemos acá chapoteando en el agua. Total, nada es eterno. Y todo cambia a cada rato. Qué mejor ejemplo que las estaciones?
El otro día vimos una de mis películas favoritas. Almost famous. Un chico aspirante a periodista de unos quince años que viaja con una banda de rock para hacerles una crónica. Buenísima. La vería una y mil veces más.
El otro día abrí la ventana de mi pieza y me encontré con un ejército de hormigas caminado por ella. Algunas entraron. Y no las quería matar. Desde qeu conocí a Felipe, cada día me atrevo menos a matar. Ni siquiera a una hormiga. Las arañas las metemos en un frasco de vidrio y las sacamos para afuera. Vivas. Obvio. Las abejas que caían en la piscina de mi campo el verano pasado, las rescataba con la malla para limpiar las hojas y las dejaba en recuperación sobre el pasto. No puedo matar bichos. Aunque si hubiera una plaga de ratones, sin duda contrataría alguien que los exterminara. Qué contradicción.
El aceite que me sobró del pescado frito del almuerzo de ayer lo puse en un frasco de vidrio, lo cerré bien cerrado y lo boté. Nunca hay que tirar el aceite que se usó x el lavaplatos. Nunca jamás.

viernes, 1 de agosto de 2008

Desde las alturas

Cuando vuelo, siento que allá arriba, suspendida en el aire, no pertenezco a lo que pasa allá abajo, en el mundo de los mortales. Los edificios, hasta los más grandes, se ven chiquitos. Parecen de mentira. Así también pasa con las luces, las calles y las carreteras. Para qué decir las casas. Parece que fueran de cartón. Y con una sola soplada, se fueran a derrumbar. Así como el cuento del Lobo y los tres chanchitos desobedientes. Todo parece de mentira y por un rato siento que no pertenezco a ese mundo que gira y gira sin parar. Estresado. Rápido. Lleno de problemas y cosas que hacer.
Entonces me pregunto si no es así como nos ven los que ya se han ido a un plano espiritual. Chicos. Como ridículas hormigas corriendo de un lado para otro. Preocupados de pagar las cuentas. De comprar una casa. De cambiar el auto. ¿Nos verán así?
Felipe me dijo que el otro día soñó con el perro de una amiga. Un perro que ya falleció. El perrito jugaba con sus patitas y las entrelazaba mientras caminaba. Feliz. Felipe me dijo que el sueño tenía un mensaje: nos preocupamos de demasiadas cosas que no tienen importancia. La vida es más simple de lo que parece. La vida puede llegar a ser un juego como el del perrito si así lo queremos. Una ilusión que dura un segundo.
Cuando me muera, sentiré que voy arriba de un avión mirando tranquilamente cómo todos circulan raudamente preocupados de tremendas tonteras?